Estoy en Zaragoza. Tenía ganas de experimentar las sensaciones de dibujar en un museo y esta mañana me he acercado un rato al Pablo Gargallo. Ya lo he visitado varias veces y mientras llegaba, me planteaba por qué obra empezaría. He pagado la entrada y nada más acceder al primer patio me he encontrado con el
Profeta. Allí me he quedado. Durante tres cuartos de hora me he situado delante de él, a un lado, y con un lápiz he comenzado mi tarea.
Sin darme cuenta, he sido más metódico que otras veces, en lugar de empezar por una zona, he marcado el espacio que ocuparía cada área. Después, he ido marcando más la forma de cada parte. No he realizado ninguna corrección. Sigo tratando de no modificar lo realizado para asegurar los trazos.
Cuando estaba en los inicios ha entrado un joven y ,en seguida, se ha acercado a ver lo que estaba dibujando. Se me ha pegado literalmente a la espalda; mientras observaba, parecía que no se iba a mover nunca. En ese momento empiezas a pensar qué será lo que está pensando. Por un lado, es agradable sentirse observado mientras dibujas, pero por otro inquieta dado que todavía no dibujas bien. Al rato, se ha ido sin decir nada y antes de irse ha vuelto a pasar para ver como me estaba quedando.